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La ruta de las aves migratorias

  Cuando era chica quería volver a Piedras Negras hasta que conocí a Irineo. Después de conocer a Irineo ya no quise volver a Piedras, me ganó el amor. Pero cuando nos casamos, se nos hizo costumbre ir cada tres meses a visitar a mis tías Cata, Elena, Amalia, y a todo el vecindario. Irineo les llevaba un costal de chile y otro de dulces regionales. Pensaba en que cuando muriera, visitaría Piedras Negras, pero los rincones que el tiempo se llevó consigo y sólo eran parte de mi memoria: cuando falleció mi tía Cata, diez años antes de mi muerte, mi tía Elena vendió la casa donde vivían.  Recordaba el reloj de pájaros de la entrada de la cocina, ese olor a sal y a chorizo del desayuno, el café... de todo lo que mandaron para la casa cuando ella falleció, busqué el reloj de los pájaros, aunque fuera para verlo sentada en mi cama. Pero no venía. Quién sabe Elena que fin le haya dado. Elena se murió siete años después que Cata.  Pero la muerte me trajo de camino a una línea que mi puro instin

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